12.3.09

La realidad es haberla vivido.Viernes 20 de Marzo de 2009




Escribe: Juan R. Nazar
Director de La Opinión

En estos días (el 24 de marzo), se cumplirán 33 años del golpe militar que instauró a una de las dictaduras más sangrientas del continente. Mucho se ha dicho y se ha escrito en todas estas décadas pasadas sobre este pasaje trágico de la historia argentina. Mucho también se ha ocultado. No hubo arrepentimiento de los represores. Tampoco lo hubo de la cúpula Montonera. Los unos y los otros dijeron que lo hacían en nombre de la Patria. Quien esto escribe conoció cara a cara a los protagonistas de esta tragedia argentina.
Ello traslada la imaginación a la última guerra mundial, y en el drama de una niña de 13 años, Ana Frank, que escribió su diario oculta con su familia en una buhardilla de unos almacenes de Amsterdam, durante la ocupación nazi de Holanda. Escribió su diario entre el 12 de junio de 1942 y el 4 de agosto de 1944, tres días antes de que los ocupantes del sótano fueran traicionados. El 4 de agosto de 1944, agentes de la Gestapo detienen a todos los ocupantes y son llevados a diferentes campos de concentración. Ana y su hermana Margot, fueron deportadas a Bergen-Belsen, donde ambas murieron por una epidemia de tifus en 1945. El escrito fue rescatado por el padre de Ana y se convirtió en uno de los libros más leídos en el mundo.
Una precursora de los Derechos Humanos en la Argentina, como Hebe de Bonafini, a quien valoramos por su lucha y acompañamos en su dolor, suele salir con discursos impregnados de odios y rencores y utiliza un lenguaje tan ramplón y descalificatorio que en lugar de ayudar a la noble causa de los derechos más elementales del ser humano, sólo logra empequeñecer la lucha por una causa que es patrimonio común de la humanidad.
Hemos traído a colación el escrito de Ana Frank, porque ese relato sencillo de una niña, que conoció los horrores de una guerra, ayuda a comprender la maldad de algunos seres humanos, infinitamente mejor que mil discursos ampulosos y llenos de adjetivos de quienes no han podido superar su propio trauma. Por otra parte, no compartimos para nada que se politicen los derechos humanos arrimándose al cobijo de un gobierno, que en el furor de las luchas, de muertes y desapariciones, estuvo en sus lejanos reductos del sur argentino ejerciendo sus profesiones con mucha tranquilidad. No condenamos. Hicieron lo suyo, pero no se apropien de los derechos humanos que no son banderas de agitación de facciones ni es tribuna para adquirir relevancia política sobre la memoria de los desaparecidos.
La condena moral a los genocidas, no implica tampoco que reneguemos de nuestras instituciones. Eso no ocurre en ningún país del mundo. Quien es para muchos un ícono de nuestro tiempo, Fidel Castro, tiene fuerzas armadas, y él mismo como su hermano Raúl, actual presidente de Cuba, ostentan el más alto grado de la jerarquía militar. Un país como Vietnam, que en guerra de guerrillas derrotó al imperio norteamericano, posee hoy fuerzas armadas con alta preparación, y ese país y maravilloso pueblo que hemos visitado, reconstruye su país con la ayuda de capitales norteamericanos –su más encarnizado enemigo en la guerra- para acelerar el crecimiento y el desarrollo integral de su economía en beneficio de su pueblo.
Pero hay una diferencia sustancial entre algunos de los políticos criollos que se engolosinan con el poder, y los verdaderos estadistas que construyen la historia. Entre esos grandes de la historia moderna, estuvo quien es hoy el Padre de la Patria de la nueva Vietnam: Ho Chi Minh.

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