9.7.08

La interpretación de la historia argentina: El país no vivió 200 años de frustración.Domingo 13 de Julio de 2008



Escribe: Juan Nazar Lebnen
Director de La Opinión

La presidenta de la Nación eligió una frase poco feliz el pasado 9 de julio para hablar de la independencia nacional. Los ejemplos de los hombres y mujeres que hicieron nuestra patria que refutan tal afirmación.

En estos días se han pronunciado muchos discursos en torno al nuevo aniversario de la Independencia Argentina, para exaltar ese hecho histórico y los personajes que intervinieron en un acontecimiento liminar de nuestro nacimiento como Nación soberana.
Sin duda que las palabras que más impactaron fueron las pronunciadas por la señora Presidenta de la Nación, al comentar que nuestro país sufre de 200 años de frustraciones. Temeraria afirmación de quien ejerce la más alta dignidad de la Nación, no puede menos que sorprender, aunque a la mayoría de los argentinos, desde hace varias décadas, pareciera que poco o nada les importe lo que dicen los políticos o quienes nos gobiernan.

EQUÍVOCOS

Dejando de lado esta disgreción, intentaremos esbozar en gruesas pinceladas, los equívocos en que se incurre cuando de analizar el pasado histórico se refiere.
En la historia en que se plasma en el devenir de las naciones del orbe, hay luces y sombras. Todo tiene que ver con la naturaleza humana. Los hay que creen en ideales superiores para engrandecer a cada ser que habita en el planeta, y están los otros que sólo buscan acumular bienes materiales a costa del progreso que promueven los que se consumen en encontrar caminos para edificar la grandeza de los pueblos.
No fueron 200 años de frustraciones. Lo fueron de luchas para construir el país que hoy tenemos, con muchos huecos y oscuridades, pero con una inmensurable riqueza material, con un potencial envidiable, en talentos, en inteligencias, en diversidades. Pocas veces se dan en la historia tantas coincidencias donde se amalgan los factores de la inteligencia y del trabajo.

EJEMPLOS

La cultura europeísta de San Martín, Belgrano, Moreno, Azcuénaga, Castelli, Paso y tantos otros grandes que promovieron los gritos de libertad e independencia, nos les impidió armarse y batallar en defensa de los ideales inspiradores que movían las nuevas ideas que cruzaban el Atlántico y dieron marco a la gesta emancipadora.
Muchos contribuyeron en la construcción de esa empresa monumental que emprendieron esos lúcidos intérpretes de la realidad de ese tiempo de la historia.
Pero fueron pocos los que entendieron como San Martín, que la libertad quedaría consagrada en nuestras costas, si se avanzaba en librar la batalla decisiva en el corazón del imperio entre Perú y Colombia. Luego de la conferencia de Guayaquil con el Libertador Simón Bolívar, San Martín se dirige al Congreso de Perú y en su renunciamiento les dice: “Mis promesas para con los pueblos están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos”. Ya en el exilio en Francia le escribe a su amigo, el general Guido: “Lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y de lo presente según sus intereses”.

GENERACIÓN DEL ’37

En lo que se llamó la generación del ’37, encabezada por Esteban Echeverría, era un movimiento de jóvenes intelectuales que fundó lo que denominó Salón Literario (en la librería de Marcos Sastre) para debatir temas culturales y teorías políticas y filosóficas de autores europeos de diferentes tendencias ideológicas. Buscaban recuperar la tradición liberal de la Revolución de Mayo, alentar el progreso material y superar la polarización de unitarios y federales, un objetivo imposible de cumplir dado los odios que ya se habían generado. A fines de los años ’30 pasaron a la oposición a Rosas y muchos emigraron a Montevideo, Chile, Bolivia o al interior de las provincias. Habían adherido a la Asociación, Sarmiento, Mitre, Mariano Fragueiro, Vicente López, José Mármol y Miguel Cané.
Ante la anarquía que vivía la Confederación Argentina, por el centralismo de Buenos Aires y el alzamiento de los caudillos del interior, la Junta de Representantes de Buenos Aires designa gobernador al rico hacendado don Juan Manuel de Rosas, gaucho de ojos azules y estampa de mayordomo inglés, a quien le otorga facultades extraordinarias. La situación política y social exigía un gobierno de mano firme frente a un proceso anárquico que conducía a la desintegración del territorio nacional convertidas las provincias en verdaderos feudos caudillescos en una guerra sin cuartel entre los líderes de cada región y en contra siempre de Buenos Aires, que manejaba las relaciones exteriores, la aduana y los recursos de los productos que salían e ingresaban por el puerto de la ciudad ribereña.
Rosas manejó con mano de hierro la administración y no tuvo contemplación con sus opositores. Por entonces la democracia representativa sólo estaba en la mente de los intelectuales europeístas, pero de imposible concreción en un país desintegrado en manos de caudillos que armaban sus propios ejércitos. Rosas era un producto de esa realidad y Caseros una consecuencia.

LAS BASES

Luego del advenimiento de la organización nacional y la sanción de la Constitución Nacional de 1983, se impone un nuevo modelo de país concebido por quienes fueron conocidos como la generación de los ’80.
La Constitución se elabora y sanciona sobre Las Bases de Juan Bautista Alberdi, el gran intelectual que concibió la Carta Magna sobre el modelo de la Constitución de Estados Unidos. El modelo que se ejecutó posteriormente, lo tuvo a Julio Argentino Roca como su principal impulsor y desde la Presidencia de la Nación, se elaboraron las pautas que definirían los diversos factores en que se apoyaba: la tierra, en grandes propiedades (latifundios); la colonización, ligada a la producción agrícola; la inmigración, fuente de mano de obra para una economía exportadora; dependencia comercial de los intereses británicos, que produce el crecimiento del país hacia afuera; monopolio político ejercido por un gobierno de elite.

GOBIERNOS POPULARES

El modelo liberal de la generación de los ’80 que lo tuvo también a Sarmiento, Mitre, Pellegrini, Juárez Celman y otras expresiones representativas de esa concepción política-ideológica, que promovió el progreso atado a los intereses de la principal potencia europea con mayor avance tecnológico, terminó agotándose cuando los inmigrantes y los hijos de inmigrantes reclamaban una participación genuina en el progreso del país que ellos habían promovido con el trabajo de sus manos. A partir de allí comienzan las revueltas de la revolución de los ’90 con Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y los nuevos línderes de la Unión Cívica. Por presión de los acontecimientos políticos, Sáenz Peña sanciona la ley que lleva su nombre del voto secreto. Yrigoyen es ungido Presidente de los argentinos por el voto popular.
No fueron 200 años de frustraciones. Fueron 200 años de construcción desordenada muchas veces. De entusiasmos, de vocación, de efervescencias, de errores y de aciertos. De transitar caminos, de alimentar esperanzas, de idealismos, y de visiones paradigmáticas. En lugar de señalar siempre los errores ajenos, advirtamos los propios e inspirémonos en los grandes constructores de la nacionalidad.

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