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| | Escribe: Juan Nazar Lebnen Director de La Opinión A solo seis meses de la gestión presidencial de Cristina F. de Kirchner, se ha producido en el país las más grande conmoción interna que ha excedido largamente los intereses de un sector para proyectarse a toda la sociedad. La angustia que vive el pueblo argentino se parece mucho a dolorosas experiencias del pasado como el 2001, que costó la caída de un gobierno elegido democráticamente, y dejó detrás suyo el derrumbe de la coalición política –la Alianza- que lo llevó al poder, cuyo mayor costo lo pagó la UCR, el partido centenario que quedó reducido a su mínima expresión por la torpeza de sus dirigentes, que no entendieron o no quisieron entender los profundos cambios que se habían operado en la sociedad argentina. La decepción llegó a su clímax, con la actitud de Carlos (Chacho) Alvarez, electo vicepresidente de la Nación, que renuncia sin darle explicaciones al país. Así la corriente de izquierda que él representaba dentro del gobierno de la Alianza, quedó aniquilada. A partir de entonces, los partidos políticos ingresaron en un cono de sombra y en el descrédito total. LA MEMORIA Los argentinos solemos perder fácilmente la memoria. Luego de las cacerolas y del que “se vayan todos”, luego en los hechos no se fue ninguno. El que vendría como Presidente, Néstor Kirchner, se debió al dedo de Eduardo Duhalde, que ahora trata de recordárselo armando la corriente critica dentro de lo que es el movimiento creado por Perón. El ex gobernador bonaerense y presidente provisional que puso en escena política al líder patagónico, se muestra aceleradamente activo en estos momentos tejiendo alianzas internas para crear un espacio de poder alternativo al kirchnerismo, al que da por agotado. Cuando personeros del poder como un D’Elía denuncia que existe un plan de desestabilización institucional, es posible que estén viendo conspiración por todos lados, sin percatarse que dentro de las filas de la dirigencia justicialista hay muchos que murmuran su disgusto por la forma en que se aborda la problemática del campo, de las economías regionales y de ese interior profundo que le ha dado el triunfo en las urnas. INCOMODIDAD Es notoria la incomodidad que produce en no pocos referentes representativos del justicialismo o FpV, el protagonismo que se asigna a un hombre como D’Elía, quien acaba de denunciar la existencia de “un claro intento de golpe de Estado económico” y aseguró que “el jefe de la conspiración es (el ex presidente) Eduardo Duhalde”. En el día de ayer, le salió al cruce el ex diputado nacional y actual director del Mercado Central, Miguel Saredi, quien afirmó que “en la Argentina no hay más margen para golpes de Estado” y contra golpeó diciendo que “los obsecuentes, los cretinos que cobran de este gobierno, van a ir presos cuando este termine, pero mientras tanto, disfrutan del clientelismo de los Kirchner, y hasta reciben hoteles como pago por sus servicios”. PROCESO DESGASTANTE No le resulta fácil a la gente del común entender este proceso desgastante, y menos aún la pasividad de un gobierno que se expresa a través de personeros que no representan a nadie. No existe un protagonismo de parte del organismo máximo de la organización política que está en el poder. No aparecen los bloques de senadores y diputados nacionales del oficialismo, que debieran intervenir en el conflicto. Se está dejando tensar la cuerda a niveles insostenibles. No puede ser que en una situación dramática para la Nación, una sola persona, -el ex presidente Kirchner- cargue con la responsabilidad absoluta de determinar el curso de los acontecimientos, y que ni siquiera a la Presidenta se la ve ejerciendo con vigor institucional el cargo que le ha conferido el pueblo de la Nación. La estrategia de jugar al desgaste, es un mecanismo que en esta oportunidad no le ha dado resultados al gobierno, pero además carece de toda racionalidad que el poder político, en ejercicio de las máximas responsabilidades institucionales, ponga en riesgo los superiores intereses de la Nación por no llamar al diálogo y sentar a la mesa a los dirigentes sectoriales. El Estado no es una parte; le corresponde por funciones y por deber indelegable, evitar los conflictos, como lo hace cuando se sienta a dialogar con los jefes sindicales que reclaman mejoras salariales. ¿Porqué no lo hace con la dirigencia agropecuaria?. |
12.6.08
La urgencia de abrir un diálogo.Martes 17 de Junio de 2008
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