29.5.08

Conflictos y verdades a medias en el escenario mayor: La moral en el ejercicio de la política.Domingo 1 de Junio de 2008




Escribe: Juan Nazar Lebnen
Director de La Opinión

Las palabras que se pronuncian ante la opinión pública muchas veces no se ajustan a la realidad y esto genera desconfianza en la dirigencia.

El polémico teólogo suizo Hans Kung, en un artículo entregado para el diario La Nación de Buenos Aires, se pregunta si un presidente debe mentir, hace alusión a lo que sostiene el ex secretario de Estado Henry Kissinger, que no tiene reparos en justificar las mentiras. Según Kung, el influyente ex funcionario norteamericano que resulta ser hombre de consulta de todos los presidentes, cree que el Estado y, por ende, el estadista tiene reglas morales distintas de las del ciudadano común. Aplicó este criterio en sus años de funcionario del gobierno de Nixon, y aunque parezca paradójico fue quien abrió las relaciones diplomáticas y comerciales con la China comunista, demonizada en ese tiempo por Estados Unidos, y en general por la mayoría de los países de occidente.
En su libro La Diplomacia (1994) Kissinger defiende esta posición y expresa su admiración por Metternich, Bismarck y Thedore Roosevelt, entre otros personajes históricos. Hans Kung dice que le formuló la misma pregunta a un buen amigo de ambos: Helmut Schmidt, el ex canciller de Alemania Federal, que acababa de dictar una conferencia sobre ética global en la universidad de Tubinga. Sostiene –Kung- que Kissinger aplica la vieja concepción maquiavélica del doble discurso, y replica que “no hay una moral diferente para el político, esa tesis fue rebatida por muchos políticos europeos del siglo XIX, que sostuvieron lo contrario”.
El autor de la nota recuerda que en la Declaración sobre las Responsabilidades Humanas emitidas por los integrantes de un Consejo constituido por ex jefes de Estado en 1997, refiere que en su artículo 12 se afirma que “nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir”.

MENTIRAS

La mentira en los políticos y en los jefes de Estado, han traído innumerables padecimientos a la humanidad. Casi todos los dictadores de todos los tiempos, le han mentido a sus pueblos y siguen haciéndolo. Los demagogos, es común que usen la tribuna para exaltar virtudes inexistentes en sus oyentes. Buscan halagar el oído con frases hechas a la medida de los que escuchan, aunque saben por anticipado que esas palabras jamás se traducirán en hechos concretos, y llegado el momento de tener que responder a sus promesas, siempre encontrarán un argumento para endilgarle la culpa a un tercero que les impide avanzar en el camino que se habían propuesto. Sin embargo, el autor rescata a los políticos y estadistas honestos. “Todos deben practicar la astucia, tanto como la virtud de la veracidad. deben ser inteligentes, perspicaces, ingeniosos y astutos, pero nunca aviesos. Deben saber cuándo, dónde y cómo hablar...o callar. No todo circunloquio o exageración es de por sí una mentira”.
Una mentira monumental fue la inventada por el presidente Bush para llevar al país a la guerra invadiendo Afganistán para destruir a los talibanes y a Irak con el pretexto de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, no obstante que los inspectores de las Naciones Unidad habían constatado que esa afirmación era falsa. La invasión para no aparecer como antipatriotas.
La verdadera razón de los propósitos que se ocultaron a la opinión pública, residía en el interés de apoderarse de una de las cuencas petrolíferas más importantes del mundo, al mismo tiempo que posicionarse en Medio Oriente, para fortalecer a Israel como enclave logístico en medio de un territorio habitado por 300 millones de árabes.
Ahora se sabe que se le mintió al pueblo de los Estados Unidos, una mentira que ha costado decenas de miles del muertos en Irak, que se ha destruido su infraestructura de servicios, ciudades y edificios históricos pertenecientes a una civilización milenaria han sido demolidos por los bombardeos aéreos, se ha fomentado la desunión entre sunnitas y chiitas, generando cruentas guerras civiles, el país ha quedado fragmentado, en tanto el costo de la guerra es de 500 mil millones de dólares en un país donde viven 40 millones de norteamericanos por debajo del nivel de la pobreza.

EN ESTADOS UNIDOS

El presidente Bush, un fundamentalista religioso, blande la espada de la guerra en lugar de contribuir a la paz de los pueblos del mundo, tal como lo concibe el mensaje evangélico. La gran mentira le ha hecho mucho daño a la humanidad, y esa concepción de la política se ha impuesto en muchos momentos cruciales de la historia.
No fue distinto lo de Hitler y Mussolini que también hablaban de la paz, en tanto se preparaban para la guerra. Es penoso admitir que en la mayoría de los casos las guerras tienen un fondo una motivación económica y de predominio sobre los vencidos. Los imperios antiguos y modernos se erigieron sobre millones de cadáveres y destrucción de civilizaciones que arrojaron luz al conocimiento universal.
La verdad está representada por lo opuesto a la mentira, y aunque ésta pueda erigirse en vencedora, siempre lo hace en nombre de una verdad ultrajada. El siglo XX nos legó dos guerras mundiales, también la era de la emancipación de muchos países sometidos al coloniaje esclavizador, que dejó tras de sí, a pueblos sumidos en el mayor atraso e ignorancia que hasta el presente no han podido superar.
El engaño y la mentira no es atributo de los fuertes, suele ser la máscara que esconde debilidades y falsedades. Se puede mentir durante un tiempo, pero no se puede sostener la mentira todo el tiempo. Los hechos de la historia lo confirman.

CAMPO Y GOBIERNO

Si trasladamos a valores éticos los contenidos políticos lo que ocurre actualmente en el conflicto con el agro, veremos que no se han cuidado las formas para instrumentar medidas que por sus formas han afectado seriamente las relaciones de una parte importante de la sociedad con el poder político. Es probable que ni los propios autores de la resolución –el gobierno- que instrumentó las medidas hayan evaluado las reacciones que vendrían y los costos políticos que habría que pagar. Con una mera resolución ministerial es impensable que se puedan alterar los valores sociales y provocar un terremoto allí donde emerge primariamente la riqueza de un país como la Argentina.
La medida inconsulta ha dejado al descubierto falencias y debilidades que contrarían el orden institucional. Los excesos provocan irritación en quienes se sienten agredidos. Nadie cuestiona el fundamento que se esgrime de una más justa “redistribución del ingreso”; se cuestionan los métodos utilizados, el avance inconsulto, la arbitrariedad del procedimiento. La aplicación de una política determinada que afecta el desarrollo de la producción agroalimentaria, se debió acordarle la jerarquía institucional justificatoria, de otro modo se alteran las reglas de juego que ponen en riesgos valores esenciales de un sistema democrático y republicano.

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