Escribe: Juan R. Nazar
Director de La Opinión
El acuerdo de Roberto Lavagna con Néstor Kirchner pegó fuerte en los partidos políticos de oposición al gobierno, en especial en la Unión Cívica Radical. Analizado el tema, más allá de las reacciones viscerales, y de las cuestiones éticas que fueron salteadas por el protagonista de este enredo, vale la pena hacer el esfuerzo por entender lo que ocurre en el seno de la política argentina desde hace algunas décadas.El movimiento fundado por Juan Domingo Perón, desde sus inicios, tuvo la impronta que surge de la palabra y la acción de un líder carismático. No fue un nuevo partido político sino que se constituyó como movimiento que reunía a políticos de diferentes extracciones –radicales, conservadores, socialistas, comunistas y sin partidos-, empresarios pequeños y medianos, especialmente del interior del país, sindicalistas y cooperativistas. Un conjunto heterogéneo que surgía con mucha fuerza después de la “década infame” que instituyó el fraude como método para permanecer en el poder político los detentadores del poder económico.En esa coyuntura histórica, y a partir de un golpe de Estado, Perón inicia la marcha hacia el poder desde las escalinatas del gobierno. Apela a los dirigentes tradicionales del radicalismo, especialmente Amadeo Sabattini, el enigmático caudillo cordobés para que lo acompañe como vicepresidente en una fórmula presidencial, que no acepta. Finalmente se queda con Hortensio Quijano, un dirigente radical de Corrientes que funda la UCR Junta Renovadora, en oposición a la dirigencia tradicional del partido. Triunfante Perón en las elecciones de 1946, frente a la Unión Democrática, inicia un gobierno con tintes autoritarios y con una fuerte oposición en el congreso donde estaban atrincherados los líderes más esclarecidos del radicalismo. La primera presidencia de Perón, aún con sus excesos y con el armado de un estado de tipo corporativo, provocó una revolución social que modificó el escenario socio-económico de la Argentina de la mitad del siglo XX.
LA HISTORIA
El golpe de 1955, la Revolución Libertadora, los 18 años de exilio de Perón, el pacto con Frondizi en 1958 que ganó las elecciones con los votos del peronismo, nuevamente el golpe que lo destituye a Frondizi en 1962, la llegada de Arturo Illia a la presidencia en 1963 y otro golpe militar que lo destituye en 1966, van creando en el país el germen de una violencia contenida que tiene su estallido en la trágica década de los ’70.El Perón de esos años, era el de un estadista. Muy compenetrado de los movimientos sociales y políticos de la vieja Europa, ya no estaba pensando en un partido único, hegemónico, ideas incompatibles con los nuevos tiempos. Llegado al país, hizo la gran apertura hacia la principal fuerza opositora, el radicalismo y se abrazó con Ricardo Balbín, para buscar acuerdos, no para absorberlo.En estos momentos hace falta reflexionar sobre los avatares de la historia. Es bueno que Néstor Kirchner intente reorganizar al histórico movimiento que está congelado desde hace más de cuatro años, con un interventor puesto por una jueza. Lo que la mayoría de la sociedad seguramente rechaza, son los métodos de cooptación que se emplea desde el poder para traccionar a los dirigentes de otros partidos. El desprestigio de la política y de los políticos ya rebasó los límites de la tolerancia ciudadana. Los que buscan desde afuera transformar una fuerza política centenaria en un aliado domesticado, sometiendo los principios doctrinarios, el idealismo que inspiró a generaciones, a meras transacciones comerciales, enlodan lo poco que queda de credibilidad –si es que queda- en los valores que engrandecieron la República. Pero es peor aún la conducta de los que se convierten en “caballos de Troya” para aniquilar desde adentro, en nombre de cualquier cosa, una reserva política que debiera ser guardiana del mandato constitucional.
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