31.1.08

Formato político «Borocotó».Miércoles 6 de Febrero de 2008


Escribe: Juan R. Nazar
Director de La Opinión

No resulta fácil encontrar en los últimos cien años, parangones políticos con lo que sucede en la actualidad en la Argentina. Debemos hacer un esfuerzo intelectual no menor para entender los procesos interiores que se dan en los dirigentes políticos para contribuir a la confusión de las ideas, al menoscabo de los principios y al cultivo de un pragmatismo exacerbado.
Ya no es únicamente Eduardo Lorenzo “Borocotó” el que le entregó patente de legitimidad al salto en garrocha hacia espacios que de adversarios pasaron sin transición a ser del “propio palo”. Aquel médico pediatra que se hiciera popular entre las madres por sus consejos profesionales a través de los medios de comunicación, logró ponerle nombre al cambio de camiseta partidaria por el de la “borocotización” de la política.

YO NO FUI
En el caso del ex ministro de economía, Roberto Lavagna, se apresuró a manifestarle a los periodistas que no había que asociar su caso al de Borocotó, pues él no había cambiado de partido. Parcialmente cierto, pero encabezó la fórmula a la presidencia de la Nación impulsada por el principal partido de la oposición, la Unión Cívica Radical, que obtuvo tres millones de votos. Se supone que por respeto hacia su persona, altamente considerada en los círculos profesionales, académicos y políticos, y para responder a imperativos éticos insoslayables, lo menos que correspondía era dar cuenta de su actitud a la fuerza política que lo había proyectado y a la ciudadanía que le había dado su voto en oposición al oficialismo.

HEGEMONÍA
Visto desde las conveniencias políticas del oficialismo kirchnerista, la operación Lavagna es una espectacular vuelta de tuerca a favor del proyecto hegemónico en el que trabaja el ex presidente, quien no tiene a su lado a ningún valor político-técnico de la personalidad y las calidades intelectuales del hombre que compitió por la presidencia de la Nación.
Por otro lado, el Gobierno necesita agónicamente alguien que lo represente en los foros internacionales, donde no existe la presencia argentina. Lavagna ha sido además embajador en Bruselas ante la Unión Europea, un lugar inevitable de las relaciones internacionales, donde la Argentina está poco menos que huérfana para la dura negociación que existe por delante de los 6.500 millones de dólares que se adeudan al Club de París.
Por mucho que la señora Presidenta se esfuerce en recomponer, la imagen que dejó su esposo en las capitales europeas que tienen siglos de experiencia diplomática, no compagina con la de un país desarrollado cuyas raíces entroncan en aquellos ancestros inmigratorios. Para el país puede ser bueno la presencia de Lavagna del lado del gobierno, lo que no es bueno son los formatos que se parecen a negociaciones en las sombras, sorprendiendo a tres millones de ciudadanos que le dieron su voto.

CALIDAD INSTITUCIONAL
No hay ninguna posibilidad de mejorar la calidad institucional, de la que habla la señora Presidenta, si no existen partidos políticos fuertes, donde la alternancia en el poder es condición necesaria de una democracia desarrollada.
Lavagna pretendió explicar que su actitud tiene similitud con lo que acontece en Europa. Nada más alejado de esa realidad. En Europa no se conoce eso de “cooptación” que se practica en estas playas. Los partidos políticos compiten fuertemente en elecciones internas –como en Estados Unidos- para la selección de los candidatos que van luego a las elecciones generales.
En la Argentina nos resignamos penosamente a recibir una cultura dedocrática de la que no hemos salido. La contribución que pudo hacer Lavagna con su cultura y experiencia diplomática, es probable que no se note entre políticos que siguen creyendo en las viejas metodologías que hablan de “clamor” para ensalzar a un dirigente.

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