| Escribe: Juan R. Nazar Director de La Opinión Todos hablamos de lo nuevo; nuevos hábitos, nueva tecnología, la nueva historia que pretendemos construir, la moda, el estilo, las relaciones sexuales, las palabras que pronunciamos, la música y los nuevos ídolos, las nuevas tendencias de interacción entre las personas, las nuevas corrientes de pensamiento, la nueva visión del mundo que habitamos. El frenesí por lo nuevo se apodera de multitudes. Se supone que es una búsqueda agonal de un estado de felicidad esquivo y que no llega. El pasado casi no existe para las nuevas generaciones y si existe es tan sólo una lejana referencia que difícilmente pueda servir de inspiración. La negación del pasado no nos ayuda a resolver los problemas del presente, demandante, caótico y en buena parte hostil. La búsqueda del brillo personal pareciera ser un fin en sí mismo, que se transforma en decepción cuando no se alcanza. El éxito se vincula directamente con el dinero, pero el dinero fácil, no como producto del esfuerzo, del trabajo y del estudio. EL CAPITALISMO VORAZ Los peores ejemplos parten de los poderosos. El capitalismo voraz, que alimentó la ilusión de millones de personas, se derrumbó en el país de las Torres Gemelas y expandió sus esquirlas por todo el planeta. Muchos millonarios de todo el mundo vieron reducidas sus fortunas de miles de millones en números siderales en tan sólo 48 horas. Los pobres de la Tierra pasaron de la pobreza a la indigencia. Se estuvo celebrando el triunfo del capitalismo sobre la cubierta del “Titanic”. Ese tipo de capitalismo ha conducido a la sociedad a la exacerbación del consumo, otorgándole falsos valores a quienes están revestidos por el poder del dinero. La consecuencia es que, si el éxito se mide solamente en términos materiales de donde emerge el poder sobre los demás, se ingresa rápidamente en un círculo que desdeña los auténticos valores de la condición humana. Aparece el desinterés por el compromiso solidario y lo único que importa es acumular riqueza, aún cuando sea a costa del semejante. EL FIN DE UN TIEMPO El estallido del capitalismo financiero marca el fin de una época y de un sistema. Ni siquiera la implosión de la ex Unión Soviética produjo tanto ruido, y las consecuencias sólo fueron de carácter político que desintegró un imperio y estuvo circunscripto al espacio territorial de dominación. Lo que viene después de este derrumbe financiero en Wall Street, no será breve ni de fácil resolución. No es tampoco el final del capitalismo, pero es posible una drástica reconversión que termine con el endiosamiento del becerro de oro, y coloque las energías del universo en función de la exaltación del espíritu del hombre con todos sus más altos atributos que moran en esa personalidad que le fue concedida por el misterioso trabajo de creación de la vida. IMPERIO DECLINANTE Es probable que el fin de un tiempo y de una época, marque también la declinación de un imperio. Que el poder hegemónico y unilateral comience a ceder espacio al multilateralismo, y que las Naciones Unidas reformulen su Carta Orgánica y el poder de decisión se democratice con la participación de todos los países del mundo. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debiera ser el órgano que haga cumplir las resoluciones de la Asamblea, para evitar que cinco grandes potencias tengan en sus manos el destino de la humanidad. Ese organismo (las Naciones Unidas) no ha cumplido con la misión que le tiene asignado el mundo a través de los estatutos que lo rigen. No pudo impedir –y menos sancionar- la invasión de Estados Unidos a Afganistán (1979) y la guerra en Irak, que dejó centenares de miles de muertos y un país, una civilización arrasada, con el falso pretexto de que Saddam Hussein tenía armas químicas de destrucción masiva, que una comisión de científicos y técnicos de Naciones Unidas demostró que no era verdad por lo que quedó demostrado que el presidente Bush, le mintió al país y a los congresistas. LA NECESIDAD DE VERDAD Y TRANSPARENCIA Es un atentado a la razón y a la inteligencia humana que los políticos y los hombres de gobierno le mientan a su pueblo. Es tiempo de dejar de invocar a Maquiavelo, -mal leído y peor interpretado- para convertir a la política, que es un arte y una ciencia, en un manual de engaño para conquistar el poder y mantenerse en él, si es posible indefinidamente. Una gestión de gobierno democrático se debe caracterizar -en primer lugar- por la honestidad, como condición elemental, tanto en las palabras como en los hechos. El respeto irrestricto a las normas constitucionales, la defensa de los intereses nacionales, la instrumentación de políticas sociales para asegurarle al conjunto de la población la salud, la educación, el trabajo y la vivienda. En un país con enormes riquezas, es intolerable que haya millones de personas por debajo de la línea de la pobreza. Se debe terminar con los privilegios de cualquier tipo y naturaleza, y los hombres –o mujeres- de gobierno deben brindar ejemplo de austeridad, sobre todo en tiempos de angustia y necesidades colectivas. Es una afrenta para los que menos tienen hacer exhibiciones de fastuosidades en un sistema republicano y democrático. |
20.11.08
La visión de un mundo nuevo.Domingo 23 de Noviembre de 2008
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