Escribe: Juan Nazar Lebnen
Director de La Opinión
Por mucho que el ministro de Justicia y Seguridad, se esfuerce en denunciar que el problema del incendio a los vagones del ferrocarril, es obra de grupos políticos extremistas, eso no cambia la realidad de que la gente viaja en los trenes en condiciones infrahumanas. Los pasajeros vienen acumulando indignación desde hace mucho tiempo por el atropello y el desprecio a que son sometidos por los responsables de la administración de los ferrocarriles argentinos. No sólo por el estado calamitoso del material rodante, sino por los desperfectos de las máquinas que se detienen en mitad del trayecto, con esperas a veces de horas como sucede en los casos de trenes de larga distancia.
En la línea Sarmiento viajan diariamente 350.000 personas por día, más de 10 millones de pasajeros por mes, en el ramal que une la estación Once de Capital Federal con Moreno en el oeste del conurbano bonaerense. Recorre 41 estaciones, en un radio que comprende diez municipios. El periodista Diego Cabot de la redacción de La Nación describe con crudo realismo el panorama, expresando “los subsidios para mantener las tarifas bajas, los millones para obras que pocas veces se hacen, los concesionarios amigos del poder, el mal servicio y la falta de control, la ausencia de políticas ferroviarias definidas. Todo mezclado”. Y el comentario sigue describiendo un panorama desolador, donde ya no hay excusas. Los ministros Ricardo Jaime –con varias denuncias penales encima, pero nadie abandona el cargo- y Julio De Vido, que manejan el transporte público, no pueden dar una explicación creíble después de casi seis años en el gobierno.
La reacción del gobierno, como es habitual, trata de desviar la atención haciendo acusaciones que no puede probar. La coincidencia de que en el mismo día se estrenaba la película de Pino Solanas, “La próxima estación” un relato sobre el estado de los trenes en el país, y donde denuncia que el proyecto oficial del tren bala es un negociado, le hizo decir a un funcionario que “nada es casual. Hoy Pino Solanas presentaba su película y pasa esto. Fue armado”. Aún admitiendo por el absurdo que ello contuviera algo de verdad, el problema de los ferrocarriles, como tantos otros que no se resuelven, pertenece a una realidad de una Argentina detenida en el tiempo.
Se observa en el estado anímico de mucha gente, un profundo sentimiento de hartazgo, sobre todo en los que tienen que viajar todos los días, empleando horas colgados de los trenes para ir al trabajo. Ese estado de conciencia colectivo se acelera y se expande, y suele terminar en actos de violencia. Porque se está ejerciendo violencia cuando se percibe que a nadie le importa los problemas del semejante, sometidos como estamos a las presiones extremas de gente que tiene que luchar dramáticamente cada día para llevar la comida a su casa. La indignación se transforma en ira, cuando además, se termina por creer que los que tienen el poder son indiferentes a las penurias colectivas. Las reacciones violentas sobrevienen acompañadas del hartazgo que produce tanta palabrería inútil que se lanza por los medios de comunicación, en la que a diario se inauguran obras, en algunos casos ya inauguradas, y en otras a cortar cintas de emprendimientos privados en la que no tuvo ninguna participación el gobierno.
Hace falta mostrar mayor austeridad en los actos y mayor economía en las palabras. Los golpes de efecto mediático, sirven para un rato. Gobernar es algo más que hacer discursos todos los días, algo que parecen haber adoptado gobernadores, intendentes, y funcionarios de todas las categorías.
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