Escribe: Juan Nazar Lebnen
Director de La Opinión
Los inmigrantes aportaron al país su impronta cultural y se identificaron con la nueva tierra. Formaron familias e impulsaron el progreso de la nación.
El primer censo nacional se realizó en 1869, y arrojó una población de 1.830.214 habitantes, concentrados en la Capital Federal, y especialmente en las provincias del norte que integraron el antiguo Virreynato del Río de La Plata. A esa fecha del primer censo nacional, éramos una inmensa planicie despoblada. De la provincia de Buenos Aires para abajo, solo los asentamientos aborígenes daban cuenta de la existencia de seres humanos desperdigados en un inmenso territorio indómito.
Organización nacional
A partir de la organización nacional, y de Las Bases de Alberdi que culmina con la Constitución Nacional, el país encuentra su diseño institucional, después de muchas décadas de una cruenta guerra civil, en la que los estados provinciales exigían ser reconocidos como partes fundamentales de una República que no podía expresarse únicamente a través del Puerto de Buenos Aires. La mirada de los hombres de Mayo y sus continuadores, no podían evitar la incorporación del conocimiento que se trasmitía a través de los países europeos que habían alcanzado un alto desarrollo después de muchos siglos de existencia y de interminables guerras. Tampoco resultaba indiferente lo que sucedía en el norte del continente americano que nos precedió en su lucha por la independencia, y se transformaba por imperio de la realidad, en la guía inevitable para las nacientes repúblicas de esta parte del territorio irredento.
Los italianos y españoles
En esa coyuntura histórica parecía no haber otra alternativa que abrir las puertas de la inmigración, especialmente para el cultivo de la tierra. Así llegaron los italianos que conformaron el grupo más numeroso. Los del norte de la península llegaron con sus profesionales, sus industrias y ocuparon lugares prominentes en la vida económica de la ciudad de Buenos Aires. Los que procedían del sur de Italia, se diseminaron por el interior del país que explotaron la tierra, se convirtieron en los chacareros que modificaron el aspecto del campo, levantaron sus casas de diseño cuadrado, plantaron árboles, trajeron el sauce y el paraíso, e incorporaron las pastas al menú criollo. El otro que se queda en los barrios, es vendedor, zapatero, cualquier cosa, se instala en los conventillos, produce cambios en el idioma, de donde surge el lunfardo y el barrio de la Boca que adquiere su propia identidad. También nos regalaron la música y el gusto por la ópera.
Los españoles llegaron de Galicia, Asturias, el País Vasco, Cataluña, Castilla y Andalucía. Levantan hoteles y restaurantes los más adinerados, que nutren con personal de la misma nacionalidad. Es un trabajador full time, en muchos casos empieza como mozo y luego instala su propio negocio. La música y el canto inundan sus fiestas. El cante jondo tiene reminiscencias árabes, que durante casi 8 siglos después del primer milenio llevaron su antigua sabiduría, la filosofía y la arquitectura que dejó huellas imborrables. Los vascos son los lecheros, se hace tambero en la llanura o funda una estancia.
La tierra prometida
Así bajan de los barcos, a la tierra prometida, italianos, españoles, franceses, rusos, alemanes, suizos, galeses, judíos, turcos, sirios, libaneses y armenios. Cada cual nos trae su impronta cultural, inunda el espacio de la Argentina inacabada, y se mezclan entre sí. La promesa de volver a la tierra que los vio nacer queda como un sueño lejano
y dejarán sus huesos en la pampa que ayudaron a poblar. Se identifican con la nueva tierra, forman familias numerosas, aspiran y buscan el ascenso social. Envían sus hijos a la universidad. El padre puede ser zapatero, vendedor de baratijas, carbonero, tambero, labrador, pero quiere que su hijo sea doctor. El drama de Florencio Sánchez “M’hijo el dotor”, describe la realidad del inmigrante que busca trascender a través de su descendencia.
Impulsar el progreso
Bajaron de los barcos huyendo de la guerra y las hambrunas. Desde el Hotel de Inmigrantes, se dispersaron por el país. Explotaron la tierra y crearon pueblos, donde generalmente hay una placa que los recuerda por algunas de las obras que dejaron. Pero la Argentina no nace con la inmigración. Los recién llegados descubrieron un país que poseía una historia y una cultura, una organización social y un grupo dirigencial que apelaba a la inmigración como necesidad coyuntural. Había que impulsar el progreso y ello solo se podía lograr poblando. El pronóstico de Alberdi, “gobernar es poblar” se cumpliría inexorablemente, pero no poblar de cualquier manera, sino con educación, propendiendo al progreso, grandeza y prosperidad de la patria. Se debían firmar tratados con los estados extranjeros favorables para el inmigrante, que debería venir en forma espontánea a trabajar al país.
Con rasgos europeos
La Argentina se convertiría en el “país europeo de Latinoamérica”, copiaría la Constitución de los Estados Unidos, y se transformaría en el “granero del mundo” y el más avanzado en su desarrollo cultural, educativo, científico, político y económico. Aventajaba por lejos a los que emergían como potencias, tales como Brasil o Mexico.
Hacia 1860, la Argentina era uno de los países menos poblados de América, ya que hasta entonces los aportes inmigratorios fueron escasos. Con alrededor de 1.800.000 habitantes se acercaba a la población de Venezuela, pero superada por Chile con 2.000.000, Perú, con 2.600.000, Colombia con 3.000.000, y México que encabezaba la lista de países con mayor población. Ese sería el año que comenzaría inmigración europea masiva. Después se agregarían los inmigrantes de Medio Oriente, que vendrían
de Siria y el Líbano, contingentes que poblarían las provincias del norte especialmente. Se estima que entre inmigrantes directos y descendientes de esa etnia, hay en el país 3.500.000 habitantes, la tercera, después de Italia y España.
Imaginar un país que crece
Esa política inmigratoria, podrá ser discutida, pero es la realidad del país que habitamos.
A partir de ello, lo que debemos discutir en serio, ahora, es de qué modo avanzamos hacia un estadio superior, hacia el desarrollo.
De qué manera seríamos capaces de imaginar un país que crece y se desarrolla por impulso de una clase dirigentes que no esté pensando en su interés personal, se eleve por sobre las mezquindades, le ponga una ficha a los valores morales y abjure de la corrupción y la mediocridad.
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