14.8.08

Las cosas que nos pasan.Miércoles 20 de Agosto de 2008



Escribe: Juan Nazar Lebnen
Director de La Opinión

Uno de los últimos Premio Nobel de Economía que visitó la Argentina, ha dicho que el problema de nuestro país no es económico sino político. Una definición que ha dejado lugar para muchas reflexiones. Pero Argentina, siendo un país importante en América Latina, no es el único que tiene problemas de todo tipo.
Si echamos una mirada a la geografía de la América del Sur, podremos observar las enormes desigualdades económicas y sociales que existen en muchos de los países que fueron parte del Virreynato del Río de la Plata o del Alto Perú.
En nuestro país, estamos careciendo de una clase dirigente esclarecida, con la suficiente grandeza y patriotismo que sea capaz de abandonar las viejas roscas políticas de comité, para ensayar un juego más elevado, compitiendo en unas olimpíadas del deber ser. Y a la sombra de una filosofía política que encumbre los valores de Verdad, Justicia, Transparencia y Libertad, es posible gobernar un país, con enormes recursos materiales, donde en el siglo que vivimos no debería haber analfabetos, por el contrario deberíamos tener una población con educación secundaria y superior, partiendo desde los sectores más humildes hasta las clases medias, venidas a menos en los últimos años.

PROYECTO

Lo que se observa es que generalmente se asume el gobierno del país sin un proyecto creíble y posible. Se hacen discursos de tono populista, pero detrás no hay nada o muy poco sustentable. Se habla de la redistribución equitativa de la riqueza, pero no existe un plan integral que responda a ese postulado, y si lo hubiera, no está explicitado, porque quienes lo difunden no son creíbles, porque la conducta pública de muchos funcionarios está bajo sospecha, porque no hay confianza en la honestidad de muchos de quienes pretenden representarnos.
La democracia nos permite decir lo que pensamos, pero no alcanza si no hacemos algo más para mejorarla. Querríamos de verdad ver a la más magistratura del país, rodeada de las personalidades más destacadas de la política, de la cultura, de la cátedra, de los sindicalistas honestos, de los empresarios que piensen en el país, y no únicamente en sus bolsillos miserables, de hombres y mujeres de pensamiento elevado, de las distintas expresiones de la religiosidad, que son parte de las pertenencias sagradas. Se impone trasmitir un mensaje más sencillo, menos político, menos solemne, más impregnado de verdad, de auténtico sentido de servicio, donde no haya sospecha de especulación mezquina. Es preciso atender con verdadero propósito de querer escuchar las demandas sectoriales legítimas y sin ceder a las presiones indebidas, hacer lo que le conviene al conjunto de la sociedad.
No sirve la confrontación ni el enfrentamiento permanente. Las convicciones no se las defiende atacando, sino demostrando y persuadiendo con el peso argumental que poseen las verdades que se apoyan en lógicas irrefutables.
Es probable que los argentinos estemos necesitando un baño de sinceridad, para despojarnos de tantos prejuicios, de tanta hipocresía, y de tantas palabras huecas.
Además, cuando la gente bien intencionada que nos gobierna –sin excluir a toda la clase política- tengan la capacidad de desprenderse de los alcahuetes, de los indeseables, y de los incondicionales que pululan siempre alrededor del poder –de todos los poderes- será posible comenzar a transitar un camino que nos mejore a todos como sociedad.

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