28.2.08

La violencia, constante histórica.Miércoles 5 de Marzo de 2008

Escribe: Juan R. Nazar
Director de La Opinión

La muerte de Raúl Reyes, portavoz de la guerrilla y uno de los siete miembros del secretariado del Estado Mayor Central de las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ocurrido el sábado pasado según lo informó el gobierno colombiano de Alvaro Uribe, no mejora la situación sino que la complica a nivel internacional.
La corresponsal de un diario de Bogotá, Constanza Viera, informa que Reyes, cuyo nombre real era Luis Edgar Devia Silva, habría sido ubicado por encender su teléfono satelital en un punto de la zona fronteriza con Ecuador, que en principio el ministro de Defensa colombiano Juan Manuel Santos identificó como el paraje de Granada. Otros 16 guerrilleros habrían sido abatidos, incluyendo el compositor e intérprete «Julián Conrado», cuyo nombre real es Luis Enrique Torres.

EL CONTACTO DIRECTO

El guerrillero abatido por las fuerzas militares colombianas, era el contacto directo fuera de la selva donde actúan las FARC, con los gobiernos de Venezuela y Ecuador y también con la senadora Piedad Córdoba, autorizada por el gobierno colombiano a realizar gestiones humanitarias para obtener la liberación de rehenes en poder de las FARC, como la candidata a la presidencia Ingrid Bentacourt, secuestrada hace 6 años y cuya salud estaría seriamente afectada.
La muerte del «canciller» de las FARC, el hombre que podría haber facilitado una negociación honrosa, coloca la situación en el punto más crítico en las relaciones con Venezuela y Ecuador que han retirado sus embajadores y ordenaron el despliegue de tropas en la frontera con Colombia.

PROVOCACIÓN

Esta imprudente incursión del ejército colombiano dentro del territorio de Ecuador, ha conmovido a todas las cancillerías del continente. El presidente de Ecuador se ha comunicado con sus pares de la región y ha solicitado una reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) para tratar el tema.
La penetración de las fuerzas militares colombianas en territorio de un país limítrofe con quien mantiene relaciones diplomáticas y comerciales para eliminar a un alto jefe de la guerrilla, suena a una provocación intolerable, que establece un precedente de extrema gravedad de violación de la soberanía de un Estado.
Si además se constata que los Estados Unidos le suministraron a las Fuerzas Armadas colombianas información satelital sobre la ubicación en la selva de Raúl Reyes, quedaría demostrado la injerencia externa en un conflicto interno que lleva más de 40 años.

LA VIOLENCIA

Más allá de las cuestiones formales que no alcanzan a explicar la endémica violencia instalada en Colombia desde los tiempos de la independencia, lo cierto es que «Colombia sucede en la violencia» como lo describe Guillermo Tell Acevedo. «Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia», dice José Eutasio Rivera, célebre escritor colombiano, autor de la novela «La Vorágine» considerada una de las joyas de la literatura latinoamericana.
Siguiendo a estos autores, y conociendo la historia que lo tiene al Libertador Simón Bolívar como protagonista fundacional, no es demasiado complicado adherir a lo sostenido por Tell Acevedo de que la historia de los colombianos ha sido un lamentable suceso de pequeñas y grandes manifestaciones de violencia.
Desde las guerras de la independencia, desde la batalla de El Santuario, pasando por las guerras decimonónicas de «los supremos» y la de «los Mil Días», y por una miríada de alzamientos, revoluciones y montoneras menores, hasta llegar al cenit de la violencia como institucionalidad paralela: la muerte de Gaitán, el Bogotazo y la violencia adherida a la piel, mucho agua ha pasado bajo los puentes.

LA CARIDAD NO ALCANZA

El ex Presidente Alberto Lleras, escribe en sus memorias: «..Una vez y otra, de década en década, de Constitución en Constitución, mientras simbólicamente se iban disolviendo la Gran Colombia, la Nueva Granada, la Confederación Granadina, los Estados Unidos de Colombia, la república. Y hasta que el propio territorio comenzó a desgajarse, como podrido, y sin consistencia».
El sacerdote Camilo Torres Restrepo, de alta preparación académica, miembro de una familia de raigambre aristocrática, dejó los hábitos -aunque no el sacerdocio, escribía- se enroló en la guerrilla del ELN y murió en combate. En sus mensajes a los católicos decía: «La llamada ‘caridad’ no alcanza para dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben».Casi nada ha cambiado desde entonces. El rostro de la guerrilla dibuja los enormes contrastes de la opulencia con los millones de marginados sociales. De otra manera no sería posible su permanencia en el tiempo.

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