| | Escribe: Juan R. Nazar Director de La Opinión Hay un presidente que se va con la convicción de que salvó a la Argentina del desastre y la desintegración nacional. Entrega a su sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, un país en marcha, con una economía en desarrollo como no se dio en los últimos 50 años según opinión de muchos expertos en la que se cuenta que la tasa de pobreza cayó en 30 puntos y la de indigencia 19 “por lo cual pudieron superar la situación de pobreza por ingresos 7300 personas por día durante cada uno de los 1640 días de gobierno”, según el consultor Artemio López que apunta –además- que la deuda externa se redujo de 192 mil millones a 145 mil de dólares más beneficios a adicionales, como la proporción en pesos argentinos que pasó de un 3% en la situación inicial, al 37% después del canje. Otros de los logros que se le asignan al gobierno de Néstor Kirchner, es la fuerte política de derechos humanos que prohijó y la declaración de inconstitucional de las leyes de Obediencia debida y Punto final que se aprobaron durante la gestión del presidente Raúl Alfonsín, aún jaqueado por una cúpula militar cuyo poder permanecía intacto, donde hubo más de un intento de golpe o desestabilización de las instituciones como los casos de Seineldín y de Aldo Rico. Presente está aquella famosa frase expresada desde los balcones de la Rosada ante una multitud de centenares de miles de personas que salieron a defender la democracia: “Vuelvan a sus hogares que la casa está en orden”. Ese gesto del presidente Alfonsín produjo un sentimiento de decepción porque en lugar de que el coronel alzado viniera al pie de la autoridad constitucional, el primer magistrado de la República tuvo que trasladarse a negociar con un militar cuartelero. Pero eso ya es historia aunque vale reconocerle a Alfonsín el haber llevado a los estrados de la justicia y ser condenados a los integrantes de la Junta Militar en tiempo en que las Fuerzas Armadas conservaban una porción importante del poder en la Argentina. En ese campo, no es comparable la situación despejada que heredó Kirchner de la que subsistía en la época de su antecesor. No hay desmerecimiento de la política de derechos humanos del gobierno de Néstor Kirchner, pero desde nuestra visión se exageró en una politización innecesaria. El mayor logro que anota el gobierno que hace una transición familiar, es en el campo económico si se tiene en cuenta la situación catastrófica del país en el 2000/1, previo interinato de Eduardo Duhalde que apaciguó los ánimos, reestableció la calma y permitió convocar a elecciones, que en la realidad fue una interna peronista, donde se impuso Carlos Menem con el 24% de los votos, frente al 22% de Néstor Kirchner, pero el político riojano no se atrevió a ir a la segunda vuelta, en la convicción de que perdía y quedó consagrado como presidente constitucional el hombre que venía de los hielos de Santa Cruz quien revalidó títulos en el 2005 con el 39,7% en 2007 con el 45,2%. También es justo reconocer que Néstor Kirchner promovió la recomposición de la Corte Suprema de Justicia al rango de poder independiente conforme lo determina la Constitución Nacional y cuyos integrantes son garantía de solvencia moral y capacidad jurídica, aún cuando hubo jueces que sintieron la presión de parte del Poder Ejecutivo, hasta la renuncia, en casos de corrupción en la que se vieron involucrados no pocos funcionarios del gobierno, tales el caso de Skanska, la bolsa con dinero en el baño de la ministra de Economía de la Nación, Felisa Miceli, las “valijas voladoras” y los 800 mil dólares procedentes de Venezuela cuyo destino sigue todavía en el misterio. La cómoda y volátil opinión pública argentina que ha tolerado en el pasado tantos atropellos a la voluntad ciudadana y flagrantes violaciones de los derechos humanos elementales, no se detiene en analizar el comportamiento de sus gobernantes en tanto no afecte en lo inmediato a su “órgano vital” que es el bolsillo. A muchos les duele más –y con razón- el aumento de precio de los artículos de primera necesidad o el incremento de los impuestos, que el funcionamiento transparente del sistema democrático. El otro aspecto que inquieta profundamente al conjunto de la sociedad, es el de la seguridad, con sus secuelas de asaltos, robos violaciones y muertes. El gobierno de la Provincia con su pretendida reforma del sistema policial, un organismo viciado de alta corrupción, no pudo lograr sus objetivos, porque el problema no radica en la descentralización de un cuerpo de estructura militarizada, sino en una escuela de capacitación permanente, una justa remuneración a los cuadros de servicios y mandos superiores de intachable conducta ética. La presidenta de la República que asume en estas horas, ha prometido mejorar la calidad institucional. Sabe que es una asignatura pendiente, aunque el elenco ministerial que acompañó a su esposo seguirá en sus cargos no obstante el cuestionamiento que pesa sobre la conducta de varios de ellos. Pero es prematuro hacer juicios apriorísticos en cuanto al modelo de gestión que propone llevar a la práctica. Las condiciones están dadas para que transite por un período de relativa calma que le permita articular políticas de mediano plazo tanto en el orden interno como en el plano internacional. En el área de las relaciones internacionales, la señora presidenta se mueve con mayor soltura. Ha viajado en los últimos tiempos a los países de Europa, a los Estados Unidos y a Latinoamérica. No cabe dudar que conocer las reglas de la diplomacia internacional y la cancillería argentina está dotada de reconocidos expertos en la materia, pero en última instancia es el jefe de Estado quien determina las política de defensa de los intereses nacionales. Frente a los países de la región donde existen situaciones conflictivas de diversa índole, desde Uruguay, con las papeleras, pasando por Bolivia con el gas, Venezuela con Hugo Chávez y su billetera, Colombia con los prisioneros de la guerrilla y la emergente potencia mundial que es Brasil, sin dejar de mencionar a Chile de relaciones amigables, existe una variada gama de situaciones políticas, económicas y culturales que exigen posicionar nuevamente a la Argentina en un plano de interlocutor prudente, sagaz e inteligente. Vivimos en un mundo de altísima complejidad. La primera potencia mundial, con un presidente fundamentalista que pretende arreglar el planeta involucrándose en guerras perdidas y amenazando con otras invasiones en la región del medio oriente, donde se juega el destino de la humanidad, es necesario más que nunca que en lugar de proclamas caudillescas, haya estadistas que morigeren arrebatos y que los procesos de cambios se encaminen a través del diálogo y la negociación. Vale recordar aquella máxima de Perón: “Las revoluciones se hacen con sangre o con tiempo. Yo elegí el tiempo”, ¿estamos en tiempos de revoluciones?. |
6.12.07
Estamos acaso en tiempo de revoluciones?: A pocas horas del recambio presidencial. Domingo 9 de Diciembre de 2007
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