Establecemos límites para protegernos y dar forma a la relación con los demás. Pero ese mismo encuadre puede estar acotando las posibilidades de crecimiento.
Todos establecemos sutiles y a la vez poderosas líneas a nuestro alrededor para protegernos. Enmarcan nuestras vidas y delimitan lo que podemos hacer o lo que estamos dispuestos a hacer. Lo que haremos, la manera en que interactuaremos con otros, aceptando lo que nos proponen o negándonos.
Con ellas evitamos que los demás pasen por encima de lo que consideramos aceptable o no. Estos filtros personales nos mantienen a la distancia que consideramos necesaria de los demás. Nos hacen ser la persona que mostramos. Van definiendo nuestra identidad y la relación que construimos con los demás como si tuviéramos una doble envoltura, un papel para adentro, otro para afuera.
El tema es que a veces los mismos límites que dan seguridad, cortan posibilidades. Fijan pautas de comportamiento y evaden nuevas experiencias. Dan y quitan.
Al establecer barreras para salvaguardar el cuerpo, también puede ser que, por ejemplo, nunca se intente correr una maratón porque no se está preparado, no se baile salsa porque no se tiene el físico adecuado o la edad justa.
El no hablar sobre religión, no preguntar a otros si son creyentes o no y por qué, puede acotar la búsqueda espiritual, puede cercenar el crecimiento en la comprensión de otras interpretaciones y la aceptación de las diferencias.
Por evitar que otros invadan nuestro trabajo o para no ser usados, por no dejar que se queden con el crédito, se termina por trabajar alienado, por exponer la propia producción exclusivamente a amigos o a familiares y tal vez por no poder vender fácilmente lo que uno hace.
Aunque los límites sean claros y fuertes no dejan de ser elaboraciones propias, aun cuando utilicemos un objeto para manifestarlos (un almohadón en medio de dos personas en un sillón, una puerta cerrada con llave, un brazo extendido, etc.)
Ken Wilber dice en su del libro “No límite” que cada límite que construimos en nuestra experiencia da como resultado una demarcación en nuestra conciencia- una fragmentación, un conflicto, una batalla- y es artificial, creado por cada uno en su aproximación al mundo que lo rodea.
Si a veces resulta difícil definir los propios límites es posible que sea porque no son muy concientes, hemos ido automatizando e incorporando a la forma de ser y son contadas las veces en las que se vuelca la atención sobre ellos. Aún los límites negativos, restrictivos del propio desarrollo, se vuelven inconscientes y automáticos.
Por otra parte, los límites son parte importante de la identidad, porque son propios de cada persona. Tener los límites claros y comunicarlos honestamente es saludable, evita malentendidos y fortalece la autoconfianza.
Quien reconoce los propios límites y trabaja en su ampliación modificará su espacio de posibilidades, habilitará una comunicación con los demás más honesta y directa. Evitará ser manipulado, maltratado o usado por otros. Desde un abordaje que incluye también la otra cara del límite, es posible prevenir y solucionar conflictos interpersonales, grupales y organizacionales.
Reciclar estos filtros personales requiere ver cada barrera como una estructura, como un marco, como una valla...conformada por un elemento comunicacional (la frase, el decir, la narrativa...), un elemento emocional (la actitud, el sentimiento, la reacción...) y un elemento corporal (esto es invisible, se percibe).
Forjamos una estructura de límite a partir de una historia propia o apropiada. Por ejemplo: “No converso ni me detengo a establecer relaciones con los extraños porque puede ser peligroso”. Esto puede ser la síntesis de una experiencia vivida, comentada o enseñada pero al transformarse en un límite propio la validamos como creencia y desarrollamos una narrativa que la sostiene.
A esa historia unimos la emocionalidad. El componente emocional puede haber acompañado a la situación inicial (un susto, una agresión, displacer, asco, rechazo, etc.) o haberse incluido en la estructura como refuerzo de la historia (pensar en que podría suceder lo mismo que a la persona que comenta la situación genera una emoción concordante, por ejemplo).
La emoción juega un papel muy importante porque otorga pasión a la estructura límite, le da energía para mantenerse.
El tercer componente es la corporalidad, esto es qué cuerpo acompaña al límite. ¿Es un cuerpo reactivo que se aleja y establece distancias? ¿Es un cuerpo que se tensa? ¿Transpira? ¿Pierde la voz? ¿Se pone como gelatina? ¿Es un cuerpo relajado? ¿Se puede establecer un límite sin ponerle el cuerpo?
Una vez comprendida esta estructura limitante, se hace más fácil diseñar un límite nuevo. ¿Para qué? Para empezar a decir que no en lugar de hacer cosas que no nos gustan porque otros lo desean; para decirle basta a una carrera, una relación, un hábito no beneficioso; para rediseñar reacciones y transformarlas en respuestas; para ampliar las metas y animarnos a hacer más por nosotros.
Para optimizar el proceso, hay que encontrar la magnitud precisa del límite. Ni muy extremos, porque nunca llegaremos a crecer más allá de ellos, ni muy pequeños, porque no habrá ninguna ampliación de horizontes.
Establecerlos es una manera de decir aquí estoy, este soy yo, y estoy dispuesto a esto. Tenerlos claros y ser capaz de establecer nuevos límites es necesario para establecer relaciones honestas y seguras, para hacerse cargo de uno mismo.