26.6.08

El mandato de los pueblos.Sábado 28 de Junio de 2008

Escribe: Juan Nazar Lebnen
Director de La Opinión

Sobre el tema de los derechos humanos necesitamos sincerar actitudes para evitar equívocos. En el editorial de hoy de este diario nos referimos a Hebe de Bonafini, que pretendió convertirse en la voz paradigmática de los derechos humanos en el país. Tuvo un gran mérito sobre todo por su coraje en tiempos de la dictadura. La hemos respetado y hasta admirado. Pero hoy, en democracia, es una rémora atrabiliaria. Debiéramos aprender de la historia y de aquellos países que pasaron por circunstancias parecidas a las nuestras, pero mil veces peor.
Baste recordar la guerra civil española, que ensangrentó el suelo de España con cientos de miles de muertos, donde no hubo piedad de ningún lado y la tortura y la violación de los derechos humanos más elementales eran conculcados. El triunfo del bando neofacista permitió que Francisco Franco gobernara España por cuatro décadas oscurantistas y que a su muerte amaneciera el resurgir de una nueva Nación, que se integró a la Unión Europea que le dio el empuje inicial para que saliera del atraso y pudiera alinearse con sus pares en el desarrollo económico y social. Los españoles tomaron conciencia luego de la desgarradora guerra civil y de la dictadura de Francisco Franco, que debían ingresar a un nuevo tiempo, el tiempo de la reconstrucción y en la reconciliación sobre los valores de la verdad y la justicia.
A partir de ese nuevo tiempo que amanecía en la Europa de la posguerra mundial, había que buscar acuerdos que cimentaran la convivencia democrática, y así apareció el famoso Pacto en el Palacio de La Moncloa, que fue suscripto por todos los dirigentes políticos desde la derecha, el centro y la izquierda, lo que hizo decir al máximo dirigente comunista español José Castillo, que en la firma del documento había dejado jirones de su vida pero que España lo merecía. Aguerridos y gloriosos luchadores por la construcción de un mundo mejor para todos, se avinieron a celebrar acuerdos con fuerzas ideológicamente en las antípodas para salvar la integridad de España y colocarla en el camino del progreso que la nueva realidad del mundo estaba delineando.
En la Argentina hemos atravesado muchas dificultades y dolores. Baste recordar que con el advenimiento de la democracia, los militares no podían salir a la calle en uniforme sin ser repudiados. Después del 2000/1, los legisladores tenían que sacarse el distintivo de las solapas para que no los identificaran. El Congreso y la Casa de Gobierno fueron cercados con murallas de acero para impedir que el público se acercara. Los políticos no odian salir a la calle sin ser insultados.
El que “se vayan todos” era un grito desesperado. Era el hartazgo, el cansancio, la decepción. La sociedad estaba empobrecida, humillada, engañada, manipulada. Los gritos en contra del sistema, de la política y de la propia democracia, surgían de las tripas, de los órganos vitales. Ahora caminamos por el filo de la navaja. Ojalá no nos equivoquemos de nuevo.
Después de más de 100 días de conflicto con el agro, que representa a la principal riqueza del país, se impone que los señores legisladores se detengan a analizar lo que el Poder Ejecutivo no hizo. El señor Kirchner y su esposa la Presidenta, no parecen haber advertido que las cosas no se arreglan en el país a fuerza de discursos en el atril. Hace falta mucho más que eso. Hace falta sentarse con todos para concebir y elaborar un proyecto de país que englobe a todas las actividades del quehacer nacional, que incluya al agro y a las economías regionales que son el sostén de los pueblos del interior. Cuando termine esta discusión con el sector agropecuario, las cosas ya no serán iguales. No importa quién saque más ventaja en esta pulseada. Y menos que se armen todas las carpas de la frivolidad en Plaza de Mayo.
El problema pasa por recuperar los poderes constitucionales, y que los hombres y mujeres que fueron elegidos por el pueblo respondan al mandato que se les ha otorgado de defender los intereses que les fueron confiados.
Hasta que los representantes del pueblo no se decidan a discutir un modelo integrador de país que no existe –solo existen palabras- no habremos construido los basamentos de una paz perdurable en la República.




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